Se trata de un discurso oficial, en el que prima la cortesía, y por tanto el locutor se posiciona como portavoz de una institución. Según las reglas de la cortesía, aunque se dirige a un auditorio más amplio, cumple con la función de reconocer el papel privilegiado del primer ministro británico como quien, movido por sus buenas intenciones, y en ejercicio de su poder y legitimidad, ha “convocado” a los notables del planeta a luchar contra la corrupción. Queda implícito que se posiciona a Cameron y a su gobierno (en el plano axiológico, el del deber ser) como honestos, solidarios, nobles y empoderados. De este modo, por medio del verbo convocar, se construye la imagen de un ethos de gobierno democrático y justo, ideal. Esta misma modalización, en el plano del deber ser, recae sobre los convocados, que son aliados del gobernante británico.
Posteriormente se menciona que los “ciudadanos” están “protestando” contra los gobiernos “considerados” corruptos. De este modo se modaliza el descontento ciudadano sin perjudicar el orden diplomático. El adjetivo “considerados” es el marcador lingüístico que da cuenta de esta orientación, y ubica el juicio en un plano que no es el de la certidumbre. Es decir, en el marco del discurso político internacional, las reglas de la cortesía implican un constreñimiento de las acusaciones y señalamientos en situaciones como aquella en la que tuvo lugar este discurso.
A continuación se define la corrupción como “un obstáculo enorme” para el desarrollo. La pareja de sustantivo y adjetivo (obstáculo-enorme) y la relación con el desarrollo atenúan la carga semántica moral de la corrupción. Lo que podría asumirse como un asunto de falencia ética y moral, tal y como en el texto titulado “¿Quiénes son los verdaderos ñeros?”, aquí se reduce a un problema técnico, con lo que las responsabilidades individuales y colectivas se diluyen. Es casi como si la corrupción fuera una fuerza impersonal. La modalidad que aquí se privilegia es aparentemente la racional (el saber técnico), con el objetivo de que no emerjan aspectos que serían propios de la modalidad emotiva (el sentir) que podrían ser contradictorios con respecto al tono general que se quiere imponer al discurso.
Así mismo, nótese que el tecnicismo “pobreza extrema” diluye los elementos semánticos de la posible sinonimia “miseria”, o de la noción de “injusticia social”, con lo que, una vez más, el recurso al discurso tecnocrático permite evadir aspectos emocionales y axiológicos que podrían ser problemáticas para el ethos (deber ser) de los gobiernos reunidos en la cumbre. De paso, se implica la muy posible “no consecución” del “objetivo”, de modo que se exculpa a los gobernantes, desde ahora, por el no cumplimiento de algo que, más que un objetivo, es un compromiso con la población mundial. En este último punto, lo que debería ser una certidumbre se expresa como una incertidumbre para salvar el ethos de los sujetos responsables.
Por último, se presenta una confirmación de la promesa (querer-hacer) de los gobernantes que recae sobre su ethos (deber ser) de defensores de los pueblos: sabemos que podemos y debemos hacer mucho más para luchar contra ese flagelo. Aquí, en los verbos, se manifiestan la modalidad del saber y del deber ser, pero el énfasis recae en el deber ser-hacer. Por medio de esta estrategia se refuerza la imagen de compromiso de los altos dignatarios unidos contra la corrupción, que pasa a ser vista como “flagelo”, en el dominio una vez más de lo impersonal, de lo externo a las acciones y decisiones humanas, tanto individuales como colectivas.